LAS VOCES EN CONFLICTO
Por Fernando Bogado
La literatura dice lo que la historia (la historiografía) calla. Y es que el vínculo de la primera con la memoria es mucho más fuerte y estable que el que la segunda parece mantener: siempre un cuento o una novela terminan exhibiendo de una manera más contundente la profunda unión que permanece en el hábito de narrar con la memoria colectiva, no con la versión oficial de nuestro pasado, sino con el dato oral que persiste en el aire y pasa de generación en generación como un suspiro, un relato mínimo que forma parte integral de cualquier obra literaria que se precie. Basta revisar algunas obras emblemáticas de la literatura latinoamericana para darse cuenta de ello: Pedro Páramo, de Juan Rulfo, está compuesta precisamente de suspiros, de ecos, de la voz de los negados por la historia, de los borrados por el poder rencoroso de Páramo, caudillo que gobierna con la fuerza de un rey triste el caluroso pueblo de Comala. Y hay algo de eso en ¿Por qué prohibieron el circo?, en donde un pueblo chaqueño casi ausente de la historia nacional que lleva el condenatorio nombre de Colonia Perdida se encuentra dominado por su pequeño y loco “rey”, Grande, y el brazo armado de la Brigada de Control de Trabajo, creada por el intendente anterior, Jacinto Portal, para mantener a raya a los trabajadores precarizados, todos ellos miembros de la comunidad qom del territorio chaqueño. A este áspero ambiente llegará Antonio Oroño, Toño, nuevo maestro de la única escuela del pueblo, con cara de albergar más de un secreto.
La llegada del nuevo miembro despierta las mayores atenciones por parte de los habitantes de Colonia Perdida y, claro está, la más compleja red de comentarios: ¿quién es este tal Toño? ¿Qué piensa realmente? ¿Por qué dejó Resistencia y su ámbito de ciudad por este ignoto pueblo? Y a esa red de comentarios hay que sumarle las propias preguntas de Toño, las cuales hace con la inocencia del que no sabe en lo que se está metiendo y con la contundencia del que desnaturaliza lo que para todo el mundo es pan de todos los días. ¿Cómo puede ser que a los trabajadores del algodonal y el obraje se les pague con vales para los únicos dos negocios de todo el lugar? ¿Cómo la Brigada puede matar a gusto y parecer a quien considere un sedicioso sin que nadie haga nada, transformando al intendente en un títere estúpido de su poder armado?
Uno de los rasgos más interesantes de ¿Por qué prohibieron el circo? es la presencia de diversos procedimientos abordados por cada una de las voces de los personajes. Por ejemplo, Toño tiene muchos momentos en primera persona (al sumirse en esas reflexiones existenciales que lo caracterizan), mientras que personajes como Enrique Rojo, el comunista del pueblo, o el sacerdote de Colonia Perdida tienen un discurso fluido, un monólogo interior sin mediación de puntos ni comas. También, a la hora de hablar, cada personaje conserva en la escritura las huellas de sus marcas dialectales, desde los residentes del pueblo hasta los miembros explotados de la comunidad qom. Nuevamente, la novela se transforma no sólo en el choque y enfrentamiento de los residentes de Colonia Perdida, sino también en el conflicto de voces que parecen tratar de dominar el relato sin encontrar su “síntesis”: la novela no pacifica en ningún momento esos discursos, esa violencia que pone en juego.
Mempo Giardinelli logró en esta su primera novela –por fin editada en nuestro país– un relato que combina tanto los aspectos individuales de un personaje en conflicto (Toño, quien es víctima tanto de los hechos como de sus más personales temores) como los explosivos sucesos de un pueblo que comienza a verse a sí mismo a través de los ojos del recién llegado. Si bien el propio Giardinelli asegura que entre la versión original de 1973, la edición de 1980 y esta edición local ha habido diferencias notables en lo que a escritura se refiere, la versión “final” muestra una obra potente, un impecable inicio de una novelística que abordará, cada vez con mayor insistencia, el tema de la memoria y la literatura y una novela que, siendo estrictamente literaria y buscando no hablar de la historia, deja un testimonio de época mucho más elocuente que cualquier documento. Y es que hay algo del hecho que la historiografía siempre termina perdiendo por su afán normalizador, algo que al periodismo se le puede escapar por su búsqueda de la verdad (de una verdad) y que la literatura deja indemne, como un gran archivo, algo que deja intacto a lo largo del tiempo: la fuerza de las voces.
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